miércoles, 29 de abril de 2009

HUMANES DE MOHERNANDO


La mañana viajera del fin de semana nos ha querido acercar otra vez a tierras de la Campiña. Años ha que uno no había visto estas fértiles llanuras del Valle del Henares rebosantes de salud después de las fuertes sequías del último trienio. Al pasar, el campo parece una inmensa esponja marrón empapada hasta el último poro. En la mañana invernal el sol se asoma tímido, se desliza perseguido de sombras y desaparece luego. Se ha montado una intensa neblina sobre el cerro de la Muela que extiende sus melenas de vapor hasta los bajos del río. El pueblo se acomoda en la llanura con sus edificios nuevos, capitalinos, rodeando en una superficie considerable la mole conjunta del campanario y del ábside de la iglesia.
Me acabo de colar por un complicado laberinto de calles señalizadas lo mismo que en la ciudad. Por el Humanes céntrico, que aquí coincide con la zona más antigua del pueblo, se pueden ver viejas casonas señoriales que uno piensa pudieron pertenecer en otro tiempo a familias acomodadas de muleteros o de agricultores fuertes cien años atrás
Es ahora la plaza donde está el Ayuntamiento la que he querido elegir como lugar de parada y fonda. En la esquina hay una plazca municipal que anuncia que aquella es la Plaza de España. Es un sitio elegante, y limpio, cuyo suelo de baldosas refleja la luz en los leves charquitos que dejó el último chubasco. El reloj del Ayuntamiento, colocado justo en mitad de la simétrica fachada, señala desde la torreta las once horas en punto de la mañana. A mi lado el sombrío pórtico de la iglesia, cercado con verja de grueso herraje y cinco columnas renacentistas de capitel jónico que sostienen la pesada cobertura de madera y tejas, bajo la que queda la arcada por la que se entra a la iglesia y una imagen de azulejos representando a la excelsa patrona de la villa: la Virgen de Peñahora.
La puerta está abierta. Desde fuera se oyen los acordes de un órgano electrónico sonando en el interior. Don Felipe, el párroco, le arranca unos compases sacros de buen maestro.
-No, qué va; ni mucho menos. Es nuevo. Estamos ahora con él como de pruebas.
Humanes tiene una iglesia enorme, con sólida fábrica del siglo XVI, dos naves y un crucero que preside, desde la concavidad en arco del desnudo ábside, una imagen solitaria de Cristo en la Cruz. A uno y otro lateral sendos retablillos sin interés apenas que han venido a sustituir a los que desaparecieron cuando el saqueo. Las dos naves interiores se cubren con un magnífico artesonado de inspiración mudéjar en perfecto estado de conservación.
En las calles las viviendas alternan con los establecimientos bancarios, con las tiendas y con los lugares para el recreo. Humanes, aparte del hostal, cuenta siete bares, innumerables tiendas clasificadas por especialidades, y tres industrias importantes que cooperan activamente con el bienestar del vecindario.
En el bar de Paco los clientes toman copas de coñac y vasitos de vino. Las señoras prefieren un buen café calentito para matar el frío. Casualmente me encuentro aquí con uno de los nueve maestros que atienden el colegio de Humanes, viejo amigo y excelente persona. Mi amigo se llama Gonzalo Andradas; vive en el pueblo desde hace diecisiete años ejerciendo su profesión y tiene -la amistad lo justifica- un refinado sentido del despiste.
-¿Cuál es la última, Gonzalo?
-Pues no sé. Hace poco me fui a cazar, y cuando llegue me di cuenta de que me había dejado la escopeta en casa. Ya es buena.
Como pueblo cabecera de comarca asisten a las escuelas de Humanes los niños de los lugares próximos, amenazados quién sabe si con el despoblamiento en un futuro más o menos lejano.
-Sí, aquí vienen niños de Alarilla, de Cerezo, de Robledillo y de Razbona. Los mayores están en las escuelas de arriba, junto al hostal, y a los primeros cursos los tenemos en las escuelas de abajo.
Después supe del reciente inicio de las obras para la construcción de la nueva residencia de ancianos, que podrá acoger hasta cincuenta asilados dentro de poco si las cosas van sucediendo como el pueblo espera. Se trata de una fundación de una hija de Humanes, ya fallecida, que viene funcionando en la que fue su casa desde el año 1952, a fin de socorrer de por vida a los ancianos sin amparo y pobres de solemnidad, bajo la mano amiga de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón
Hemos salido hacia las afueras siguiendo cauce abajo las corrientes del Sorbe hasta muy cerca de su desembocadura en el Henares. Una confortable urbanización con más de cuarenta chalés ocupa las tierras ribereñas de Peñahora, con su zona de jardín rodeada de seto, de pinabetes y de rosales, esperando el milagro de la floración.
-Pues, para que te des una idea, desde aquí para abajo estaba el primitivo pueblo de Humanes. Más allá del río es donde estaban por aquellos tiempos los caballeros de la Orden de Santiago.
En este momento ha comenzado a llover. Mientras que Gonzalo busca la llave de la ermita, me acomodo bajo el techadillo que protege la entrada y que está sostenido por dos columnas de metal pintado. La ermita de Peñahora, entre la ermita del ferrocarril y el puente sobre el río, ha sido restaurada recientemente y blanqueada por fuera. El interior es una nave pequeña, muy limpia, con un altar mínimo para celebrar, y la bellísima imagen de Nuestra Señora vestida de blanco sobre lo más alto de una escalera doble por la que sus devotos suben los días señalados a besar el manto. La Virgen de Peñahora es, pienso que con muy pocas opiniones en contra, la primera dama de la Villa del Henares.
-Mucha devoción le tiene la gente -me ha dicho la señora Josefa, ermitaña de Peñahora. Las chicas que se casan le traen los ramos de novia, los vestidos, y muchas tienen el gusto de venir a casarse a su ermita.
-¡Celebran romería?
-Sí señor. El primer domingo de septiembre se sube en procesión hasta la iglesia, y se baja otra vez el primer domingo de octubre.
El juego frontal de azulejos realza la imagen de la patrona.
Hemos recorrido más tarde el barrio periférico de la Estación. Es como un pueblecito vecino, populoso, sin dejar de ser por ello el propio Humanes. Luego la urbanización de arriba, que aquí dicen la Campiña, hasta llegar a las mismas puertas de otra ermita antigua que aparece al comienzo de un leve altiplano, antes de llegar al recinto cercado de la Escuela Familiar Agraria. La ermita de la Soledad está casualmente abierta. Limpiando el polvo está una señora muy amable que se llama Consuelo. Además de la preciosa imagen de la titular hay también en la ermita un Santo Sepulcro.
Se bajan los dos para la Semana Santa. Queremos hacer una carroza para llevar la Virgen, si alguien la regalara. Pesa mucho. La regaló el mismo señor que ha dado los treinta millones para el asilo.
-¡Anda! Pues si me han dicho que es anónimo.
-Ya; pero aquí lo sabe todo el mundo. Es primo mío.
Los nubarrones del norte se ven desde la puerta de la ermita sorbiéndose los picos más altos de la sierra. Detrás queda la extensa, y escrupulosamente limpia, explanada de la E.F.A. femenina de Humanes. Un establecimiento ideal para la formación de jovencitas adolescentes, a la que se me antoja no se le presta la atención que merece, empezando por las muchas familias que, tal vez por ignorancia, no se aprovechan de sus servicios.
Un perrillo ladra cuando el desconocido atraviesa la verja para entrar en la Escuela. La puerta principal la abre una señorita muy amable a la que pregunto por la dirección del centro. En un espacio lateral del salón están preparando los equipajes las alumnas que se marchan a casa durante la semana. Porque la estancia de las chicas es de semanas alternas. ¿No es así?
-Sí; todas las escuelas de este tipo fueron concebidas así: una semana en el centro y otra en casa. No es conveniente que las chicas pierdan el contacto con la familia, que en realidad es la primera escuela.
Me lo contó en la sala de profesores otra señorita que en aquel momento estaba corrigiendo unos ejercicios, supongo, pertenecientes al último control. Enseguida llegó Maribel, la directora, que me informó de otros pormenores de la E.F.A.
-Bueno; los estudios que se cursan aquí son de Formación Profesional, primer grado, y las chicas permanecen durante dos años.
-¿Muchas alumnas?
-Pues no hay muchas. Ahora tenemos cuarenta y ocho y la capacidad de la Escuela es de sesenta y cuatro.
-¿A qué se debe esto?
-Tiene una explicación sencilla. Las chicas proceden del medio rural, de familias modestas, y necesitan casi en todos los casos la ayuda de alguna beca. En los pueblos no están muy al tanto de estas cosas y se dejan perder la ocasión. Las alumnas residen aquí la semana que les toca, y eso lleva un gasto que a los padres les resulta costoso. Ahora se nota más que antes.
Sobre un mapa de la provincia colocado en la pared se ven marcados con bolitas blancas y rojas, según el curso, los lugares de origen de las alumnas: Albalate, Sacedón, Ujados, Renales, Mondéjar…
-Durante la semana de alternancia, a muchas las hemos tenido de prácticas en empresas de la capital o de sus propios pueblos, sin ganar nada, pero que les ha servido para coger experiencia en el trabajo y para darse a conocer con vistas al futuro.
-¿Cuántas profesoras sois en este momento?
-Ahora somos cuatro.
Humanes queda abajo, descolgado en el llano, dejando patente ante la mirada del viajero que se va la imagen de un pueblo próspero, sostenido por unas cuantas industrias destacadas y por las fecundas tierras de la Campiña, que como bien se la conoce es tierra fiel, maternal y dadivosa.

(N.A. Marzo, 1984)

1 comentario:

Unknown dijo...

recuerdos de un hombre bueno, el maestro Gonzalo Andradas del Castillo.