martes, 7 de julio de 2009

PADILLA DE HITA


Los hados de la climatología esta tarde se me pusieron de espal­das. Sin que media hora antes nadie lo hubiera podido sospechar, una llovizna estúpida me ha sorprendido al cruzar la villa de Hita.
- Déjelo usted que caiga todo lo que quiera. Mientras sea agua so­la nunca viene mal. ¿Qué va usted a Jadraque o a la parte de Soria?
- No señor; sólo pienso llegar hasta Padilla.
- Ah, pues eso, como aquel que dice está aquí a un paso.
Al llegar a las primeras casas insiste el aguacero. Las gentes de Padilla, si es que las hay, se han escondido en sus hogares hu­yendo de la inclemencia. La estampa, rematada con la gracia sin par de su iglesia sobre la loma, destila una calma y un sosiego impresionantes; la, paz aquí se palpa; no hay otra sensación de movimiento ni de vida que el caer de las canales sobre las calles recién arregladas del pueblo. Una fuente maciza, pueblerina., en forma de copa vierte sobre el pilón de la plaza. En la calle Real las casas son viejas, de un rusticismo antiguo que contrasta con el pavimento de hormigón por donde corre el agua. En el portal en penumbra de una casona antigua de la calle Real veo, al fin, a un señor que contempla ensimismado el correr del agua por el regato.
- Pase usted adentro. ¿No ve que se está mojando?
- Vaya, y parece que la tarde no tenía traza. Muchas gracias.
- Mire, hace golgotitas, eso quiere decir que va a llover más.
- ¿Pero donde se mete la gente de Padilla?
- En las casas; la gente se mete en las casas. Cuando escampe ya verá como salimos, igual que los caracoles. De todas maneras aquí tampoco se puede ver a mucha gente, sí sólo quedamos diez vecinos.
- ¿Nada más?
-¡Anda! Y a muchos nos coge aquí porque estamos en verano, que en cuanto refresca el que más y el que menos nos vamos con los hijos a Madrid. Si hombre, en invierno el pueblo se queda con quince personas.
- Lo comprendo, pero donde esté el pueblo, ¿verdad?
- Pues mire, le advierto que a mí, para la edad que tengo, me gusta Madrid. No crea que me aburro, no. Me he hecho socio de la residencia y allí jugamos al mus, al tute y a lo que sale; nos hacen teatro y estamos muy bien. Mi señora también va, y así ya andamos un poco, que nos conviene mucho andar.
- La verdad es que Padilla parece un buen pueblo. Lástima que esté sin gente.­
­ - Siempre ha, sido pequeño, no crea, pero nunca8 han faltado un par de tiendecillas. Ahora, nada. Entre Madrid y Azuqueca se llevaron todo el personal. Como no es terreno de regadío ni queda casi nadie, lo labran todo entre los de Las Casas, los de Hita y los de Copernal. Esto se está poniendo un poco feo. Niños no hay, porque como aquí no quedamos nada más que viejos, usted me dirá; y casas van haciendo algunas los de fuera, pero también hay otras que se van hundiendo.
Doña María, la mujer de don Benito Gonzalo, los dos ancianos de la calle Real, me debió de confundir pese al largo rato de conversación con su marido en el portal.
- ¿Es que vende usted alguna cosa?
- No señora, no vendo nada. Igual necesitaba usted algo.
- Es que anda viniendo por aquí uno que vende dulces, y pensé si sería usted.
- ¿Me daría, por favor un poco de agua?
- Le voy a sacar mejor una cerveza. ¿Le gusta?
Doña María, amable y servicial en exceso, me destapó cuidadosamente una botella de cerveza con un abridor de lujo, de esos que dicen “Recuerdo de Mallorca”.
- Me lo trajo la nieta de Palma. Casi no lo usamos.
A pesar de la llovizna, que había cesado de manera sensible, me fui con don Benito hasta el pretil de la iglesia, cumpliendo así el viejo capricho de estar lo más cerca posible de las cosas que te llaman la atención, y la iglesia encaramada de Padilla invita a subir hasta ella y tocar sus columnas con la mano. En el camino, mi amigo me fue contando cosas, muchas cosas que recuerda de tiempos pasados y que para él, aunque no lo dijera expresamente, fueron mejores.
- Esta casa era posada cuando los arrieros. Ahora la han partido en dos.
- Digo yo que en aquellos tiempos este pueblo, situado en la misma carretera, sería muy importante.
- Claro que lo era. Venían los galvitos de allá de la sierra con buena carne y buena bota, y esto era una fiesta muchas noches. Un año, me acuerdo que por Santa Águeda, empezó a nevar y un carretero se vino con la reata y se dejó en la carretera a la mula enganchada en las varas; pues cuando volvió, se encontró a la mula helada. Eran aquellos inviernos crudos de antes.
Para subir hasta la iglesia el piso es quebrado y escurridizo. El ambiente se ha cargado de un delicioso olor a tierra mojada. El viejo camino de la iglesia aparece plagado de yerbajos que han ido creciendo entre las piedras.
- Ahora, que tenemos buena luz, teléfono y agua en las casas, pero no hay gente. Aquí no vuelve nadie. Se han acostumbrado a la golosina de la capital, y aunque vivan peor que en el pueblo, se quedan allí. ¿Con qué se cree usted que se han ido haciendo Guadalajara, Alcalá y Azuqueca? Pues con la gente que se ha ido de los pueblos.
- El terreno no parece malo.
- Hay de todo; pero es bueno. En tiempos hubo aquí mucha viña, pero se perdió con la filoxera aquella que vino, y al final, tampoco nada.
Por la carretera, que queda también a nuestros pies al otro lado del pueblo, se ve pasar un automóvil de tarde en tarde. En las Eras altas, el montículo está minado de cuevas, que a buen seguro nadie habrá vuelto a utilizar como bodegas desde el infausto año de la epidemia.
- En guerra nos escondíamos ahí cuando venía la aviación sacudiendo. Nos tenían aterrorizados con los bombardeos. A ese cerro le decimos el Castillo, se parece mucho al del Colmillo que hay en Alarilla
Desde el pretil se ve el pueblo luciendo su antigüedad en medio de una gran calma. Sólo llega hasta nosotros, como desde muy lejos, el balido lastimero de una cabra que hay atada al olmo con todo su cuerpo mojado y brillante después del turbión. Frente a nosotros el pico del Cuerno y el Calderón tapizado de roble. Por atrás se vislumbras las tierras de Cogolludo y de la Sierra con los picachos grises perdidos en medio de la neblina.
- Membrillera queda aquí, en esta parte. No se le ve porque está escondido en el hoyo.
El artístico soportal de la iglesia de Padilla se sostiene por medio de dos columnas dóricas de piedra vieja. El templo está cerrado con la portona que no ha mucho debieron de forzar los amigos de lo ajeno, para llevarse lo poco de valor que hubiera dentro, sin considerar para nada la sagrada condición del sitio.
- ¿Para cuándo celebran la fiesta?
- Las fiestas son aquí para San Antonio y San Benito, el 13 y el 14 de junio. Entonces se pone esto que no se cabe. Como falta tanta gente y estamos tan cerca de Madrid, ya sabe usted lo que pasa.
Las cuatro calles principales de Padilla: la Real, la de la Fuente, la de Espinosa y el barrio del Lavadero, quedan al descubierto desde nuestro mirador en el atrio. Luego bajamos por una camino distinto del que habíamos empleado para subir, por unas callejuelas que dieron otra vez con nosotros en la Plaza Mayor. La más genuina manifestación de la arquitectura rural de nuestros pueblos tiene aquí su sede. Padilla de Hita es un hermoso concierto de piedra y de adobe, de aleros envejecidos y de portadas en arco. A veces, en lo más alto de las fachadas en estas evocadoras casonas, surge el ventanillo angosto, formado por cuatro piedras labradas que debe dar, seguramente, a la sala principal o a la alcoba sombría en donde duerme la gente.
- Bueno, pues ya sabe usted donde nos deja. Aquí tiene unos buenos amigos para lo que necesite. Poco es, pero lo que hay se lo ofrecemos de corazón.
Dejé a don Benito Gonzalo y a doña María, su mujer, en el portal de su casa donde me habían recibido dos horas antes. A la casa de mis amigos se entera y se sale por una puerta de doble hoja que abre en horizontal y está pintada de verde. Apenas si llegué a ver de pasada otras dos personas más en el pueblo. Pese a todo, Padilla, con su gente o sin ella, es un buen pueblo, cargado de nostalgias, y de cuya imagen, perdurable en la memoria, dan buena cuenta los pintores y los artistas que algún día, sin buscarlo quizás, les salió al paso y hallaron en él una cantera inagotable de inspiración y de luz.

(N.A. Agosto, 1988)

1 comentario:

Fallen Angel dijo...

Hace poco vivaqueé (dormí al raso) en ese pueblo, y me encantó.
Pensé dormir en la iglesia, pero estaba todo demasiado sucio y abandonado, con las palomas y sus heces haciendo de las suyas...

Precioso, tranquilo e interesante pueblo. Uno de tantos de la gran provincia que es Guadalajara, verdad?

Un placer de blog, y de idea la suya.
Hasta pronto, seguiré pasando.