domingo, 30 de agosto de 2009

PINILLA DE MOLINA


El pueblo molinés de Pinilla está situado en la vega de un arroyuelo seco, muy cerca de Terzaga, allá por los caminos serranos que conducen a la villa de Checa. . Son 166, ni uno más ni uno menos, los kilómetros que el viajero madrugador se ha tenido que recorrer para llegar a Pinilla en buena hora. Cuando el viaje se ha hecho así, sin contar para nada con unos minutos de descanso a mitad de camino, los ánimos del recién llegado son extremadamente bajos, apenas si quedan ganas para sentarse en una sombra a descansar, mirando el espectáculo natural de los campos y de los pueblos a cierta distancia, disfrutando del ambiente fresco y sin contaminación que, para su bien, se sirve en exclusiva el medio rural.
Pinilla de Molina queda a la solana de unos cerros peñascosos, románticos y emotivos, que lo libran de los desatinos climatológicos del duro invierno. Las peñas del cerro del Castillo recuerdan aquellas otras de la vecina aldea de Chequilla, en donde la naturaleza por razones muy especiales se hace señora de la situación. Más al poniente el Colmenar de la Tía Cristina, con sus dos docenas de cajas pobladas debajo de las rocas, desde donde las abejas bajan a libar al vallejo y laboran después en las sorprendentes alturas de aquel lugar. En la parte opuesta, formando siempre conjunto de una misma cadena montañosa y enriscada, los altos del Matorral en donde los vecinos colocan las antenas de la televisión.
Todo esto, y todavía más en diferentes direcciones, se puede contemplar como gratuito obsequio con sólo sentarse sobre el borde de la barbacana en la plaza de Pinilla. Una plaza limpia, aseada, de blanco ayuntamiento al fondo y pilón circular en su fuente con monolito, de cuyo único caño cuelga un hilo sutil de agua riquísima. “Año 1905. Alcalde Dn. Canuto Herranz.”
-Parece mentira, ya lo ve. Lleva la tubería ochenta y dos años sin romperse. Claro, que el agua viene por su propio pie y eso es una ventaja.
Juan Antonio Herranz, sentado sobre un banco que hay a la puerta del ayuntamiento, se acerca a mí para explicarme todo esto y algunas cosas más.
- Aquí, debajo del ayuntamiento, tenemos un hogar para la tercera edad.
-Cuando el tiempo empeore, mucha de la tercera edad que ahora hay también se
marchará de Pinilla ¿verdad?
-Sí, se van muchos; pero todavía quedamos casi una veintena. A los que cuando se pasa el verano parece que les cuesta trabajo arrancar, aún los tenemos aquí casi a todos.
-¿Quién trabaja entonces los campos? Las vegas del Bullones parecen buenas.
-Nosotros, desde luego, no las trabajamos. Lo lleva todo uno de Terzaga. Como casi todos somos viejos vivimos de la pensión, alguno de la albañilería, y un par de ellos tienen ovejas.
Don Juan Antonio Herranz y don Máximo de la Fuente que le acompaña, natural de Villacorza en tierras de Sigüenza, y su esposa, me cuentan que las fiestas patronales están dedicadas a San Juan Bautista, pero que las tuvieron que retrasar un mes y medio para que los madrileños y demás pudieran asistir aprovechando las vacaciones.
-Así que ya le digo. San Juan lo hemos celebrado siempre en su día, o sea el 24 de junio, pero ahora se ha trasladado del 7 al 9 de agosto por conveniencia del personal. Los que viven fuera acuden en vacaciones la mayoría.
-Se ven muchas casas nuevas. ¿No les parece que han estropeado un poco la imagen verdadera del pueblo?
-Qué quiere que le digamos. Casas nuevas sí que hay bastantes. Todos los hijos de Pinilla que viven fuera, el que no se ha preparado su casa en el pueblo, tiene la ilusión de hacerlo alguna vez. Que esté el pueblo más bonito o no, de eso no le podemos decir nada, va en gustos. Ahora está más limpio que antes, y con mejores calles, eso sí.
-Además tienen la suerte de la carretera, que no es poco.
-Pues sí, la carretera de Checa le hace al pueblo mucho bien.
-Por cierto -les digo-, siempre que paso por aquí, incluso durante el mal tiempo, veo personas sentadas en este banco. Es curioso.
-Ah, pues seguro. A los mayores sobre todo nos viene muy bien para pasar el rato. Si viene usted en el mes de agosto, se encuentra gente aquí hasta bien pasadas las doce de la noche.
El hogar del jubilado o centro social que hay en el piso bajo del hogar del ayuntamiento, es un salón muy limpio y aseado, con amplitud suficiente para sentarse a gusto hasta veinte personas. Tiene cuatro mesas para jugar a las cartas con sus correspondientes sillas nuevas, un televisor en color y la cabina de las elecciones que ocupa un buen trozo.
- Sí, nosotros también pensamos que la debían poner en otro sitio.
-Mostrador es lo que no tienen.
-Ahí está la cosa. Lo peor es eso, que no hayan puesto cuatro bebidas y un poco de mostrador siquiera. De todas formas nos viene muy bien, porque en el pueblo tenemos bar.
Dentro de su condición de pueblo pequeño, Pinilla de Molina tiene dos o tres calles buenas y dos plazas públicas, aparte del frontón y de la plazuela de la Iglesia. En cada una de las dos plazas hay una fuente ocupando el centro. La Fuente Vieja, que es la de la plaza del ayuntamiento, y la Fuente Nueva, situada un poco más arriba, subiendo en dirección al cerro del castillo.
En la plaza de la Fuente Nueva, con un pilón abrevadero rectangular y largo, seco de agua y plagado de abejas que acuden al poco de humedad que todavía queda, está el señor Ildefonso, don Ildefonso Herranz Sanz, quien con 93 años sobre la espalda es el hombre más viejo de Pinilla. El señor Ildefonso transparenta una fortaleza física como para seguir tirando unos cuantos años más.
-¿Qué ha hecho usted para mantenerse igual que un mozo?
Nada he hecho, mire. Trabajar mucho. Ir andando hasta Andalucía muchas veces a moler cuando era joven.
Juan Antonio y Máximo me acompañarán después por la calle del Arroyo hasta la iglesia. En el centro de la plazuela hay un olmo que debió de ser hermosísimo, sus restos todavía en pie lo aseguran. El olmo ha muerto de grafiosis. La iglesia es toda desde fuera un revoltijo de estilos y de épocas sin demasiado interés; grande, eso sí, con espadaña al poniente y dos campanas, una en cada vano. La portada es de arco adovelado liso.
-Por dentro no está del todo mal -me explican.
La nave interior tiene capacidad suficiente para los que son y, cabe suponer que también para los que fueron en épocas de mayor censo. El techo es de maderas tomadas por el goteo de la lluvia. “Se hizo esta obra siendo cura párroco don Genaro Vega, y alcalde don Cándido Sanz. Año 1892”.
El retablo mayor es de poca calidad artística. Está pintado todo él de un extraño color tierra oscura con adornos dorados. En lugar preferente del retablo hay una vieja imagen de San Juan, el patrón del pueblo.
-Es San Juan Bautista, ¿Sabe? Porque Sanjuanes hay varios.
Del resto de las imágenes con las que se completa la iglesia he sabido distinguir al popular San Roque, y a una santa crucificada que pudiera ser Santa Librada, la patrona de Sigüenza. Ninguno de mis acompañantes me lo sabe poner en claro.
Pues, pudiera ser -dice Juan Antonio-.Aquí se celebraba también antiguamente el día de Santa Librada.
Dos retablillos laterales más, sin valor apenas, rellenan los muros de la nave, uno a cada lado: el de la Virgen del Rosario y el de San Antonio de Pádua.
-Los santos de la iglesia ya es como si no estuvieran, porque no se celebra ninguno. La gente se marchó, y los que quedamos ni sabemos ni tenemos ganas de fiesta.
Una viejita del pueblo aprovecha que la iglesia está abierta y entra a rezar un rato, hasta que salimos.
-Bueno, pues eso es lo que hay, poca cosa.
Un señor está en la esquina aplicando una buena mano de pintura a las sillas de la cocina. Más adelante nos encontramos en mitad de la calle con el cuerno suelto de una res, seguramente de la vacada que torearon el día de la fiesta.
-Eso lo han traído los perros de donde estuviera. Cualquiera sabe.
Desde la plaza de la Fuente Nueve se ven sobre nosotros y sobre todo Pinilla las palomas que entran y salen en los agujeros del cerro del Castillo. Luego la calle Real hasta el frontón de pelota. En la calle Real está Marcial, que en su mocedad fue peluquero, cortando el pelo a una pareja de mozos en riguroso turno. Algunos vecinos de la calle Real han montado un corrillo alrededor, y se lo pasan tan bien mirando de cerca el resultado de la operación.
-A ver. Aquí hay que arreglárselas como se puede. Ya hará más de veinte años que Marcial no corta el pelo. Se fue de aquí y se hizo policía.
El salón de la vieja escuela, tomado ahora por la juventud, se deja ver en las mismas condiciones como si por él hubiese pasado una guerra: los cristales rotos, las puertas de par en par, y en el interior enormes pinturas sobre la pared y trastos de desecho colocados de cualquier manera. Uno piensa que, con un poco de orden, el edificio de la antigua escuela podría prestar a la juventud de Pinilla un servicio todavía mejor.
-Y el frontón aquí afuera. Ahí lo tienen.
-¿Lo usan?
-No lo suelen usar. En agosto aún, pero en otro tiempo, nada.
Los alrededores del pueblo, grises y ásperos de matorral, se distinguen como todos los altos y laderas de la comarca por el rudo tapiz de los sabinares. Árbol o arbusto, de corazón incorruptible, que las gentes de estos pueblos no pueden cortar por tratarse de una especie cuya supervivencia está en peligro.
-Sí, está prohibido cortar las sabinas. Son árboles protegidos. De todas formas tienen poca aplicación. No tenemos leña y no sabemos en el pueblo lo que vamos a hacer cuando llegue el invierno.
Pinilla de Molina, en la antigua sexma de la Sierra, veinte personas en total a las que hay que sumar cada otoño los jubilados oriundos a los que les cuesta trabajo partir para invernar en su lugar de residencia. Pueblo de escasa superficie y encantador escenario por aquello de la variedad, donde la gente tiene por costumbre ser cordial y conversadora. Dos horas, poco más, que, pasado el tiempo, uno guarda con agrado muy frescas en su memoria.

(N.A. Octubre, 1987)

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